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La ruta de los Templarios

Castillo de Peñiscola
Redacción | Miércoles 04 de septiembre de 2019

Los Templarios, esos monjes soldados que forman parte de el imaginario místico y sobrenatural en forma de leyendas, que van desde historias románticas a otras de terror, con caballos y hombres en los puros esqueletos que se mueven por cualquier rincón recóndito de nuestras mentes y de algunas ciudades…

Por eso os vamos a contar algo de su verdadera historia (aunque a veces se confunde con la irrealidad mágica), de sus castillos y vamos a hacer una ruta (turística o así) …

Hasta que las autoridades eclesiásticas decretaron su disolución en 1312, la misteriosa Orden del Temple dispuso, durante casi dos siglos, de extensas propiedades en el territorio situado entre Aragón, Cataluña y Valencia. Camino del Mediterráneo, un conjunto de castillos, habilitados como centros de interpretación, ayudan a comprender mejor quiénes fueron aquellos monjes soldados.

Hasta que las autoridades eclesiásticas decretaron su disolución en 1312, la Orden del Temple dispuso de extensas propiedades

Domus Templi (las casas del Temple) quiere ofrecer al visitante la posibilidad de conocer in situ la huella de los templarios en la Corona de Aragón.

Se trata de un patrimonio arquitectónico e histórico de gran interés que discurre, básicamente, por el escenario de los siglos XII y XIII, en aquellos territorios donde se fijó la frontera entre el mundo cristiano y el musulmán. Un espacio de cruzada que afectaba, sobre todo, a las riberas bajas de les cuencas del Cinca, del Segre y del Ebro.

En estos territorios, los templarios llegaron a articular grandes dominios feudales, que eran administrados desde los principales centros de gestión o encomiendas como las de Monzón, Gardeny, Miravet, Tortosa y Peñíscola.

Castillos, conventos, torres, mases, iglesias y conjuntos urbanos construidos en sus dominios, que en gran parte han llegado hasta nuestros días, están presentes a lo largo de toda la ruta y son el mejor testimonio para reconocer la forma de vida de los templarios de la Corona de Aragón. La Orden del Temple fue fundada en Jerusalén en 1120 y erigió su sede en el espacio identificado entonces como el antiguo templo de Salomón. Su misión primigenia fue proteger los caminos por donde circulaban los peregrinos cristianos que iban a Tierra Santa. Pero pronto se convirtieron en la principal fuerza militar que mantenía el frágil equilibrio de los reinos cruzados de Oriente.

En 1129, la Iglesia europea reconoció en el Concilio de Troyes la nueva orden, que contaba con el apoyo intelectual del influyente abad cistercense Bernard de Clairvaux. Así, el papa Inocencio II dotó a los templarios de los privilegios necesarios más importantes y, en 1147, Eugenio III les concedió el hábito distintivo con la capa blanca y la cruz roja.

Desde el principio, fue muy bien acogido en Occidente, donde se alzaron numerosas encomiendas para administrar los enormes beneficios recibidos. Hasta su disolución, en 1314 por Clemente V, el Temple creó una estructura de casi 1.000 castillos, preceptorías y casas subsidiarias, cuyos ejemplos todavía se pueden encontrar en casi todos los países del Occidente cristiano y buena parte del Próximo Oriente.

Los templarios se establecieron en la Corona de Aragón hacia 1130. La Orden recibió de todos los estamentos y de todas partes beneficios y privilegios de todo tipo. La actitud generosa de nuestros soberanos y, sobre todo, la habilidad política de Ramon Berenguer IV consiguieron la vinculación de los templarios a la conquista cristiana.

Estos participaron en las principales campañas militares de los siglos XII y XIII, que supusieron la expansión territorial de la Corona. La Orden recibió a cambio numerosas donaciones, que le permitieron articular grandes dominios feudales, administrados desde imponentes fortalezas, que constituían las sedes de las principales encomiendas de la Corona de Aragón.

Cuando, en 1307, el Papa ordenó la detención de los templarios, aquellas fortalezas opusieron una tenaz resistencia, especialmente Miravet, Castellote y Monzón, que fueron tomadas tras un largo asedio.

La localidad de Monzón es el punto de partida de esta ruta, para la que necesitaremos un vehículo privado (son unos 250 kilómetros en total) y dedicar dos o tres días como mínimo. En lo alto de un cerro se encuentra su espléndido Castillo, de origen árabe y reconstruido por la Orden del Temple en el siglo XII. Aquí residió durante su infancia el rey Jaime I de Aragón.

La localidad de Monzón es el punto de partida de esta ruta

Especialmente interesantes son las cinco construcciones templarias del interior del recinto amurallado, realizadas en estilo románico cisterciense (siglos XII-XIII): la torre del homenaje, la sala capitular-refectorio, el templo, la Torre de Jaime I y los dormitorios. De Monzón también destaca la iglesia colegial de Santa María del Romeral, románica (siglos XII-XIII), con añadidos góticos, mudéjares y barrocos.

A continuación nos encaminaremos a la ciudad de Lérida, situada a 51 km. Campos de cereales, viñedos y, sobre todo, árboles frutales, se suceden a lo largo del camino. En Lleida, la Orden del Temple dispuso de una encomienda, con sede en el Castillo de Gardeny. Se conserva hoy en día parte de las murallas, la iglesia conventual de Santa María y una amplia torre-habitación de dos plantas.

Otros edificios importantes de Lleida son sus dos catedrales, la Seu Vella (gótica, siglos XIII-XIV) y la Seu Nova (neoclásica, siglo XVIII); y los restos del Castillo de la Suda, de origen musulmán (siglo IX), reconstruido en época medieval (siglos XII-XIV). Si viajamos en el mes de mayo, además, podremos disfrutar de su popular fiesta gastronómica L’Aplec del Caragol, en la que se degustan diferentes recetas de caracoles.

La ruta continúa hasta Miravet, a 84 kilómetros. Su Castillo, de origen árabe (siglo XI), fue posteriormente propiedad templaria en los siglos XII y XIII. Situado en un cerro que domina estratégicamente el paso del río Ebro, consta de un doble recinto amurallado, con su patio de armas, diversas dependencias, el salón y la iglesia románica de Sant Martí.

Después, seguimos otros 36 kilómetros para llegar a Tortosa. Su núcleo antiguo está presidido por los restos de su castillo templario medieval, o Castillo de la Suda. Asentado en un promontorio, es de origen árabe (siglo X) y conserva diversas dependencias góticas (siglo XIV), junto con parte de las murallas que descendían hacia la población (Portal de Remolins, siglo XIV).

La ciudad cuenta con otros edificios góticos como la catedral de Santa María (siglos XIII-XV), el Palacio Episcopal (siglos XIV-XV) y los palacios de los Oliver de Boteller (siglo XV) y Despuig (siglo XV). Resulta particularmente curioso visitarla durante la celebración de su Fiesta del Renacimiento, cuando sus edificios y habitantes se visten de época. Junto a Tortosa, además, se encuentra el Parque Natural del Delta del Ebro.

El último tramo de la ruta discurre por autopista que, tras 67 kilómetros bordeando las playas del mar Mediterráneo, nos deja en la localidad de Peñíscola. En un alto se encuentra su Castillo templario románico-gótico, construido entre 1294 y 1307 sobre la antigua fortaleza árabe. Fue residencia del Papa Luna, Benedicto XIII, durante el Cisma de Occidente (siglo XV).

Peñíscola también ha sido un plató de cine: allí se rodaron varias escenas de la película “El Cid”, protagonizada por Charlton Heston y Sofia Loren, sobre la vida del Cid Campeador. Su fortaleza simuló ser la ciudad de Valencia en el siglo XI.

UN POCO DE HISTORIA DE LOS TEMPLARIOS

Hacia el siglo XI, link las peregrinaciones toman una especial relevancia en una sociedad feudal en plena expansión. Santiago de Compostela, visit this Roma y Jerusalén se convirtieron en los principales centros de peregrinación del cristianismo occidental.

El último tramo de la ruta discurre por autopista que nos deja en Peñíscola

En este contexto, el Papa toma la iniciativa para arrebatar, por la fuerza, de manos de los “infieles” turcos los lugares santos de Tierra Santa para la cristiandad. Empieza así la época de las cruzadas.

En la Península Ibérica, la cruzada encuentra un terreno que legitima la expansión cristiana sobre el territorio musulmán de Al Ándalus.

Los principales protagonistas del movimiento de cruzada en Europa son los caballeros, un nuevo estamento militar que, con el feudalismo, se ha extendido por todas partes y que el papado canaliza hábilmente.

Es en este contexto donde nace la milicia templaria; un grupo de caballeros cruzados de Tierra Santa se constituye como comunidad religiosa y se convierte en el prototipo de la figura del Milites Christi o “soldado de Cristo”. Dicha figura, mitad monje, mitad guerrero, adquiere un gran prestigio entre la nobleza europea.

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