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Mont-Saint-Michel, la magia de las mareas en la Normandía francesa

Redacción | Miércoles 29 de abril de 2020

Enclavada entre Normandía y Bretaña, la Bahía del Mont-Saint-Michel alberga dos islotes graníticos, el Mont-Saint-Michel, situado al este de la bahía, a 25 kilómetros del puerto de Cancale, y el segundo, menos conocido, el islote de Tombelaine, una verdadera reserva ornitológica.

Lo que hace único al Mont Saint-Michel son las mareas, situado en el escenario de las grandes mareas de la Europa Occidental, el mar convierte la abadía y la ciudadela que las rodea en un territorio indomable. Este fenómeno tiene lugar dos veces al día, transformando completamente el paisaje y el entorno, aislándolo, de modo que solo es posible acceder al monte a través de un puente-pasarela a los pies de la roca.

Para observar este fenómeno en toda su inmensidad, lo más recomendable es llegar con tiempo de antelación y elegir un lugar que ofrezca una buena visión.

Lo que hace único al Mont Saint-Michel son las mareas

En ningún caso debe hacerse la travesía por libre, a pie, ya que la rapidez del avance de las aguas la hacen peligrosa. Sin embargo, para evitar sorpresas, las campanas de la abadía avisan con antelación de la subida de la marea.

La amplitud de mareas es una de las más importantes de Europa. El espacio es propicio a la cría de moluscos, que se concentra esencialmente al oeste de la bahía. Allí se encuentran granjas de ostras y los famosos viveros para la cría de mejillones.

Las mareas en la Bahía del Mont-Saint-Michel son un impresionante espectáculo de la naturaleza. Algunos días del año son especialmente interesantes. Cuando el coeficiente de la marea supera 110, el Monte se vuelve a convertir en una isla durante unas horas. El agua cubre el dique sumergible y la roca se queda sin accesos al continente.

El Monte Saint-Michel, en su origen, en el año 709, estaba ocupado por una sencilla y pequeña iglesia. Con el transcurso de los siglos, una abadía, unos edificios religiosos, unas murallas y un pueblo fueron construidos para convertir al Monte Saint-Michel en un foco espiritual e intelectual, además de lugar de peregrinación.

Desde hace 13 siglos esta rocosa isla, ubicada en el corazón de una gran bahía, se aparece a los visitantes como un espejismo. Un espectáculo que no deja indiferente a nadie.

La Bahía del Mont-Saint-Michel ofrece un paisaje único entre tierra y mar, compuesto de arena, pólderes y marisma. El cielo luminoso que la rodea le confiere una atmósfera casi mágica que recuerda el universo de los cuentos de hadas, sobre todo en invierno, cuando la marisma se cubre de un manto blanco.

Las especies protegidas de la bahía

La Bahía del Mont-Saint-Michel se descubre con marea baja a lo largo de varias decenas de miles de hectáreas. Este amplio ecosistema está constituido por arenales, cenagales y bancos de arena. El paraje, de relevancia internacional, acoge periódicamente más de veinte mil aves acuáticas. Se cuentan ciento treinta especies diferentes. En invierno se pueden admirar las ocas marinas.

Los mamíferos marinos se encuentran a gusto en la bahía. Entre ellos, una población residente de foca común y una población costera de delfín mular. A veces se divisan ballenas que pasan frente a las costas del canal de la Mancha.

La Bahía del Mont-Saint-Michel alberga dos islotes graníticos. El más célebre es el Mont-Saint-Michel

La Bahía del Mont-Saint-Michel es también el lugar de esparcimiento de las ovejas que pastan en los «herbus» (prados salados). Estos antiguos espacios marinos, que algunos días al año quedan cubiertos por las grandes mareas, ofrecen pastizales costeros cuya hierba está impregnada de sal. La salicornia y la verdolaga marina forman parte de los vegetales que le dan su sabor salado al cordero de los prados salinos, tan apreciado por los sibaritas.

Un milagro arquitectónico

Los constructores de la Edad Media hicieron milagros a pesar de la accidentada topografía del lugar. Primero, hicieron en el año mil una iglesia prerrománica, luego en el siglo XI una abadía románica y, en el siglo XIII, una sublime elevación gótica apodada "Maravilla", compuesta por dos edificios de tres plantas sostenidos como por un milagro en la ladera de la roca y coronados por un claustro y un gran refectorio.

La arquitectura de la Abadía del Mont-Saint-Michel pone de manifiesto la pericia arquitectónica de los constructores de la Edad Media.

Este lugar inhóspito durante 1300 años representa por su edificación una incontestable proeza técnica y artística.

La larga historia del Mont-Saint-Michel comienza en el año 708, cuando el obispo Aubert mandar erigir en el Monte Tombe un primer santuario en honor del arcángel San Miguel.

En 966 una comunidad benedictina establece en el Monte a petición del duque de Normandía, Ricardo I.
El monasterio alcanza con esta congregación benedictina bajo la autoridad del abad su máximo esplendor. Enseguida la abadía se convierte en uno de los principales lugares de peregrinación de los cristianos de occidente, así como un punto neurálgico de la cultura medieval donde se escriben y conservan una enorme cantidad de manuscritos.

El Mont-Saint-Michel es conocido entonces como la «Ciudad del libro». Crisol político e intelectual, la abadía fue visitada a lo largo de los siglos por un gran número de peregrinos, entre ellos varios reyes de Francia y de Inglaterra.

A partir del siglo XIV, los sucesivos conflictos de la Guerra de los Cien Años que oponen a Francia y a Inglaterra obligan a construir nuevas y potentes fortificaciones. El Monte, defendido por algunos caballeros fieles al rey de Francia y protegido por una muralla flanqueada por varias torres defensivas, logra resistir a los asaltos de la armada inglesa de durante casi 30 años.

La arquitectura de la Abadía del Mont-Saint-Michel pone de manifiesto la pericia arquitectónica de los constructores de la Edad Media.

Las peregrinaciones hacia la abadía del Mont-Saint-Michel comenzaron en la Edad Media con la travesía de los arenales. Hoy en día, peregrinos y visitantes cruzan por el dique que facilita el acceso. Desde hace unos años, una pasarela sobre pilotes, que deja pasar el agua por debajo, permite llegar a la isla del Mont-Saint-Michel a cualquier hora del día.

El Arcángel Miguel

Es a principios del siglo VIII, sobre una indómita y salvaje roca, el culto al arcángel Miguel da lugar a un gran peregrinaje que originaría el desarrollo de la abadía.

Pesa 820 kilos, mide 3.5 metros y somete con orgullo al dragón del Apocalipsis que le acecha desde el extremo de la aguja de la abadía, a 156 metros sobre el nivel del mar. Restaurado y pintado de oro en 2016, el arcángel Saint-Michel" alcanzó la cima" de la abadía como una estrella... en un helicóptero.

La posibilidad de una isla

Los monjes benedictinos de la Edad Media habían elegido el Mont Tombe por su ubicación incomparable, al fondo de una bahía invadida por el océano y aislado periódicamente en función de las mareas. Pero la sedimentación gradual ha desafiado el futuro de la isla. Al final fueron necesarios 10 años de trabajo titánico emprendido en 2005 y la construcción de una presa (que se visita) para devolverle su carácter marítimo al más extraordinario de los edificios religiosos.

Un espectáculo único en el mundo

En la Bahía del Mont-Saint-Michel se producen las mareas más grandes de Europa continental, con hasta 15 metros de diferencia entre la pleamar y la bajamar. Tan pronto como el coeficiente excede 110, el monte se convierte en una isla durante unas horas y es entonces cuando el espectáculo se vuelve grandioso. El agua cubre el vado sumergible, desaparecen todos los accesos por tierra y, de repente, parece flotar. Gracias al puente inaugurado en 2015, puedes llegar al sitio incluso durante la pleamar.

Caminar sobre arenas movedizas

Caminar descalzo sobre la arena de los ríos y sobre las pequeñas franjas de agua para alcanzar la "maravilla”... El cruce de la bahía, como los peregrinos de la Edad Media, es una experiencia inolvidable.

Cordero con sabor a mar

Un pasto regado con agua de mar, rico en sal y minerales, es el responsable de que la carne de los corderos que se crían en esta zona tenga ese sabor único. Criados en los pastos de la bahía del Mont-Saint-Michel, los corderos de las praderas de sal son famosos por su incomparable sabor, razón por la cual están etiquetados como denominación de origen controlada (D.O.C).

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