Lisboa no se deja conocer de golpe ni se conquista en un solo viaje. Su encanto está hecho de capas: de luz, de historia, de azulejos centenarios, de sabores intensos como el del bacalao y de melodías desgarradoras o no como el fado.
Por eso se insinúa en las primeras horas, se va revelando a lo largo de los días, para dejar huella en quien se deja llevar por su ritmo pausado, sus aromas salinos, su pasado glorioso y su presente cosmopolita.
Lisboa es una ciudad que ha sabido reconstruirse tras uno de los mayores terremotos de Europa, ocurrido en 1765
En 72 horas y un último suspiro, INOUT VIAJES se sumergió en la capital portuguesa en un viaje que fue un recorrido por sus barrios más vibrantes, sus museos más emblemáticos y sus rincones más insospechados y descubrir que esta ciudad no se recorre, SE VIVE…
Día 1 — La ciudad blanca se presenta
Partimos desde Madrid, desde el aeropuerto de Barajas, y llegamos a primeras horas de la tarde al Aeropuerto Humberto Delgado de Lisboa…
Aterrizar en Lisboa es aterrizar en una ciudad que ha sabido renacer de sus propias ruinas, reconstruirse tras uno de los mayores terremotos de Europa, ocurrido en 1765, y mantener viva su identidad frente a los cambios del tiempo.
Nos alojamos en la planta 19 del Hotel Dom Pedro Lisboa, ubicado en una zona elevada de la ciudad. Desde esa atalaya Lisboa se presenta con su silueta ondulante, su luz blanca —casi cinematográfica— y ese rumor del río que se funde con el mar y al fondo, observándolo todo, la figura de Cristo Rey, esa enorme imagen, al otro lado del río, con los brazos abiertos que recuerda al Cristo del Corcovado de Río de Janeiro.
Lisboa es conocida como la “ciudad blanca”, y no es una metáfora exagerada: su luz tiene una claridad singular, potenciada por el reflejo del Tajo y por los empedrados luminosos de sus calles.
Nos dirigimos hacia la Praça do Comércio, con su amplitud monumental frente al río. Y ahí la luz, esa luz lisboeta nos ciega…
Esta gran explanada portuaria, abrazada por arcadas nobles y fachadas amarillas, ha sido a lo largo de los siglos el corazón comercial y marítimo de Portugal.
Cerramos el día con un paseo fluvial en un barco tradicional.
Lisboa, vista desde el agua, revela otra dimensión: la de sus colinas, puentes, y edificios que parecen flotar entre la niebla y la luz, - esa luz famosa de Lisboa – se multiplica en reflejos. El viento trae olor a sal y la ciudad parece suspenderse entre el cielo y el mar…
Después de cenar en el restaurante Zambeze, situado en el Mercado Chão do Loureiro - São Cristovão, subimos hasta el mirador del Castillo de San Jorge, uno de los balcones naturales más espectaculares de Lisboa. Desde ahí se puede ver el río Tajo y las casas del barrio de Alfama, apiñadas y coloridas que se aferran a la ladera.
La Plaza de Comercio ha sido a lo largo de los siglos el corazón comercial y marítimo de Portugal
Descendiendo podemos ver vestigios de las recién celebradas fiestas de San Antonio,(santo patrón de Lisboa) dando una imagen ensoñadora de estas calles, con las guirnaldas, banderolas y alguna que otra caseta que todavía prolonga la celebración con un innumerable rosario de personas que siguen coreando la música que suena por los altavoces…
Día 2 — Realeza, arte mural y modernidad industrial
El segundo día lo comenzamos en el Museo del Tesoro Real, situado en el ala oeste del Palacio Nacional de Ajuda.
Esta instalación museística custodia las joyas de la monarquía portuguesa, muchas de ellas de una riqueza deslumbrante, en un espacio seguro y diáfano, bajo un juego de luces que destacan aún más si cabe las coronas, cetros, collares y piezas ceremoniales que hablan de poder, arte y diplomacia. El brillo del oro y de las piedras preciosas dialoga con siglos de historia.
La jornada continua con un trayecto en tranvía —el n º 18, desde Ajuda a Cais do Sodre—, en uno de esos gestos cotidianos que se transforman en recuerdos de postal y que nos demuestra que la ciudad también mira hacia el futuro.
Hablando de futuro terminamos la jornada matutina en la Lx Factory, antiguo complejo industrial reconvertido en epicentro de la creatividad lisboeta representa el rostro más alternativo y vibrante de la ciudad. Entre naves de hierro y grafitis, descubrimos librerías-laberinto, cafés con muebles reciclados, tiendas alternativas y propuestas culturales de todo tipo. La Lisboa joven, diversa y experimental vibra entre murales, luces de neón y cafés reciclados. Es una Lisboa que no teme reinventarse, pero sin olvidar su esencia.
Es un buen lugar para perderse… o encontrarse.
Tras el almuerzo en el restaurante Five Oceans, situado en los muelles del río y bajo la sombra del puente del 25 de abril, y en el que degustamos una deliciosa corvina a la sal, nos dirigimos a un espacio menos conocido pero profundamente revelador: las estaciones marítimas de Lisboa, donde se conservan los murales de Almada Negreiros. Este polifacético artista, vanguardista y visionario, dejó en estos murales no solo su estilo reconocible, sino también su amor por la Lisboa moderna, por el mar como destino y como frontera, y por la identidad portuguesa como construcción artística.
Para continuar nos dirigimos al Centro Interpretativo de la Historia del Bacalao. Un espacio que rinde homenaje a ese pescado como símbolo de la gastronomía, cultura e historia del país. En este museo se narra cómo este pescado llegó a formar parte de la mitología doméstica portuguesa. Navegantes, recetas, expediciones, mapas, cartas y sabores se entrelazan en un recorrido que puede sorprender tanto a locales como a forasteros.
En Portugal, el bacalao es seña de identidad.
Y para terminar el día visitamos la ya mítica calle Rosa, en el barrio de Cais do Sodré. Esta arteria que fue zona portuaria marginal, se ha convertido en símbolo de la movida lisboeta. Su suelo pintado de rosa es una antesala de un torbellino de bares, terrazas y música que vibra hasta la madrugada…
Día 3 — Museos, arte contemporáneo y fado
La mañana comienza en el MACAM (Museo de Arte Contemporáneo Armando Martins), que abre al público una de las colecciones privadas más relevantes del país. Las salas del museo nos sorprenden con obras portuguesas e internacionales seleccionadas con gusto y criterio, reunidas durante más de cinco décadas.
El MACAM es una joya única en Lisboa que combina a la perfección el arte contemporáneo con la hospitalidad
Un palacio barroco transformado en una experiencia habitable de arte, paisaje y legado cultural que abrió sus puertas el pasado mes de marzo.
El MACAM se divide en dos partes, el palacio renovado, con la colección permanente y la ampliación contemporánea, y el hotel, con el restaurante y una nueva ala dedicada a exposiciones temporales,
El MACAM es una joya única en Lisboa que combina a la perfección el arte contemporáneo con la hospitalidad. Más que un simple hotel, el MACAM es un espacio vivo de cultura, donde los huéspedes pueden alojarse rodeados de una valiosa colección de obras de artistas portugueses e internacionales.
Ubicado en el elegante barrio de Restelo, ofrece una experiencia exclusiva que mezcla diseño, confort y arte en cada rincón. Cada habitación y espacio común ha sido concebido como parte de una galería, lo que convierte la estancia en una inmersión completa en el mundo del arte contemporáneo.
Ideal tanto para amantes del arte como para viajeros que buscan una experiencia diferente y refinada en la capital portuguesa.
Luego, un breve pero divertido paseo en tuk tuk (aseguran que en la ciudad hay unos 1.800 de estos vehículos, algunos convertidos en casetas de feria, con adornos y música a todo trapo) nos lleva hasta el restaurante Ribadouro, donde degustamos mariscos frescos en un entorno animado. La Lisboa gastronómica también sabe dejar huella.
La tarde nos encuentra recorriendo algunos de los murales urbanos más emblemáticos de Lisboa, muchos de ellos promovidos por iniciativas públicas y vecinales. El arte urbano no es solo ornamento, aquí es expresión, crítica y testimonio…
Por la tarde visitamos el Museo Calouste Gulbenkian, uno de los más completos del país, con colecciones que van del Egipto antiguo al arte impresionista, pero sus salas están cerradas por reforma, así que nos tenemos que “conformar” con ver las Grandes Obras de la Colección Gulbenkian, que en un breve recorrido y como su nombre indica permite que se contemplen y se admiren una cuidada selección de obras.
Como broche de oro a esta ruta cultural lisboeta visitamos el CAM (Centro de Arte Moderna) para ver la exposición “Entre tus dientes”, un potente diálogo entre las obras de la portuguesa Paula Rego y la brasileña Adriana Varejão.
Una velada de fado en el Restaurante-Casa de Fados María de Mouraria pone el cierre musical al día
El título, tomado de un poema de Hilda Hilst, refleja la intensidad, visceralidad y compromiso político de ambas artistas. Es una muestra que conmueve y confronta y no deja indiferente por la tremenda fuerza de sus mensajes.
Y esa noche, Lisboa canta. Una velada de fado en el Restaurante-Casa de Fados María de Mouraria pone el cierre musical a este día. En la penumbra de una casa tradicional, y mientras se cena, las voces (acompañadas de guitarras) llenan el aire de saudade —esa nostalgia (a veces tan “divertida”) tan portuguesa que es también, quizá, una forma de esperanza, porque las letras hablan de amor, de pérdida, pero también de vida, de fiestas, de peleas… de Lisboa.
Día 4 — Agua, jardines y despedida
La última mañana la dedicamos a descubrir y conocer una joya escondida: el Depósito Mãe d’Água, parte del antiguo sistema de abastecimiento de Lisboa. Construido en el siglo XVIII como parte del sistema del Acueducto de las Aguas Libres, su arquitectura monumental y su atmósfera húmeda y silenciosa (y durante parte de su recorrido en penumbra) lo convierten en una experiencia casi subterránea.
Bajo su bóveda se celebran espectáculos que tienen como centro inspirador el agua (en estos días una exposición inmersiva en torno a Los Girasoles de Van Gogh) creando una experiencia casi mística…
Antes de despedirnos, visitamos Chiado, un breve recorrido antes de pararnos a almorzar en una terraza muy llamativa que forma parte del Bairro Avilez, del reconocido chef portugués José Avilez, una de las grandes referencias gastronómicas del país luso.
Pero no podíamos despedirnos sin asomarnos a A Brasileira, charlar unos instantes con la imagen de Pessoa, que sigue impertérrito sentado mirando la vida lisboeta pasar, y probar unos pasteles de nata, esa delicia portuguesa que han ofrecido al mundo, a ese mundo dulce y desasosegado que busca un relajo en algún momento de su vida…
Lisboa en 72 horas es un resumen imposible. Pero quien la visita en ese tiempo se lleva algo valioso: la sensación de haber rozado la esencia de una ciudad que, pese a su historia, nunca deja de reinventarse.
Lisboa, una ciudad que se queda
Tres días y medio bastan para entender que Lisboa es mucho más que una capital europea con historia. Es una ciudad que nunca renunció a su alma. Ni el terremoto, ni la dictadura, ni la globalización han podido diluir su identidad. Lisboa se reinventa sin olvidar, crece sin perder su ritmo, y conquista sin estridencias.
Pero no podíamos despedirnos sin asomarnos a A Brasileira y charlar unos instantes con la imagen de Pessoa
Viajar a Lisboa es dejar que el tiempo se dilate, que la luz nos guíe, que la nostalgia se vuelva bella. Y como decía Pessoa: “Para viajar basta existir”. Pero si existe un lugar donde la existencia se transforma en arte, ese lugar puede muy bien llamarse Lisboa.
Y quedan repartidas por nuestra mente imágenes que no sabemos ubicar temporalmente aturdidos quizá por la hermosura de esos instantes...
El garum solo o mezclado... el vermú lusitano en la terraza de Can The Can de la Plaza del Comercio...
Las sardinas en lata y de chocolate...
Los camarones (fritos, al ajillo, a la plancha…), las salsas, esos vinos blancos…
Las historias de los retornados contadas a la puerta de alguna casa baja...
Tantas y tantos detalles que vuelven al cerrar un rato los ojos y abrir la mente...
Ya lo cantaba Amália Rodrigues:
“Lisboa, vela cidade
Chela de encanto e beleza!
Sempre a sorrir tao Formosa
E no vestir sempre airosa.
O branco véu da saudade
Cobre o teu rosto linda princesa”