En ocasiones, los caminos más inesperados conducen a las pasiones más profundas. Ese fue el caso de Yeh Yu-Jui, quien un día decidió dejar atrás la seguridad de su carrera legal en Taipéi para seguir el rastro delicado y perfumado del té. Su destino: Ruili, una remota aldea montañosa en el distrito de Meishan, en el condado de Chiayi, al suroeste de Taiwán.
A más de mil metros de altitud, rodeado de niebla, bosques exuberantes y un microclima ideal, Ruili ofrece condiciones perfectas para el cultivo de un té negro muy particular: el de hoja pequeña, reconocido por su sabor suave, complejo y con un toque floral que evoca la esencia misma de la isla.
Desde su regreso en 2019, Yeh no solo ha cultivado té, sino también una nueva vida. Con dedicación casi monástica, ha perfeccionado cada etapa del proceso, desde la cosecha manual hasta la oxidación, el enrollado y el secado. Su pasión y rigor le han valido múltiples reconocimientos, incluidos prestigiosos premios técnicos y el campeonato nacional de té, una distinción que lo consagró como uno de los grandes embajadores del té taiwanés.
Para Yeh, el té es mucho más que una bebida: es cultura, identidad, y un puente aromático entre la tradición y el futuro. Su producción no busca la escala industrial, sino la excelencia artesanal. Cada taza de su té cuenta una historia —la de una isla montañosa, la de un pueblo resiliente y, sobre todo, la de un hombre que encontró en el silencio del campo su verdadera vocación.
Hoy, las hojas que crecen en las laderas brumosas de Ruili viajan por el mundo, llevando consigo el perfume sutil de las montañas de Taiwán y el testimonio de una vida reinventada. Yeh Yu-Jui no solo cultiva té: cultiva un legado.