En el corazón del Cáucaso, donde Asia y Europa se saludan en las esquinas empedradas, se alza Tiflis, la capital de Georgia, como un tapiz bordado con siglos de historia, arte y resistencia. Es una ciudad que no se explica, se siente. Al caminar por sus calles, uno no viaja en el tiempo, sino que el tiempo lo viaja a uno.
La ciudad de los contrastes
Tiflis es un laberinto encantador. Una ciudad construida, destruida y reconstruida más de 29 veces, que ha sabido mezclar las ruinas con el renacimiento. Su topografía es caprichosa: se extiende como un abanico a lo largo del río Mtkvari, entre colinas que ofrecen miradores naturales desde los que se contempla el mosaico de tejados oxidados, balcones de madera tallada y cúpulas brillantes.
Tiflis es un laberinto encantador. Una ciudad construida, destruida y reconstruida más de 29 veces
La arquitectura es un palimpsesto de culturas. Iglesias ortodoxas georgianas del siglo VI conviven con sinagogas, mezquitas y edificios art nouveau de la época imperial rusa. En el distrito de Sololaki, fachadas decadentes albergan cafés bohemios donde se escucha jazz o poesía. En el barrio de Avlabari, la nueva catedral de Sameba brilla como un faro de oro en las noches frías del Cáucaso.
Baños, azufre y leyendas
Toda visita a Tiflis debería comenzar —como la historia de la ciudad— en Abanotubani, el barrio de los baños sulfurosos. Según la leyenda, el rey Vakhtang Gorgasali fundó la ciudad en este punto exacto, fascinado por las aguas termales que brotaban del suelo.
Los techos de ladrillo rojo de los baños parecen tortugas dormidas sobre la tierra caliente. Algunos datan del siglo XVII, y en su interior, los azulejos azul cobalto, el vapor denso y el olor mineral invitan a una inmersión física y espiritual. Tiflis es, literalmente, un lugar de curación.
Una ciudad que canta y brinda
La hospitalidad georgiana es tan célebre como su vino. Aquí, el brindis es un arte, y el tamada (maestro de ceremonias en los banquetes) es un poeta que guía las copas y las emociones. La cocina georgiana no se deja describir fácilmente: se degusta como un rito.
En los restaurantes tradicionales —llamados sakhinkle o supra houses— se sirven platos como el khinkali, una especie de ravioli gigante lleno de caldo especiado; o el khachapuri, pan relleno de queso fundido y huevo que se sirve burbujeante. Acompañarlo con una copa de saperavi, el vino tinto más emblemático del país, es un gesto de integración.
Los mercados como el de Dezertirebi ofrecen una sinfonía visual y olfativa de especias, encurtidos, frutas secas y pan recién horneado. Y en el barrio de Vera, la nueva generación de chefs fusiona lo ancestral con lo contemporáneo en espacios que parecen galerías de arte.
Entre arte, ruinas y revolución
Tiflis es una ciudad de artistas. Lo fue bajo el yugo soviético, cuando la disidencia se disfrazaba de teatro o pintura abstracta. Y lo es hoy, cuando los murales callejeros y los centros culturales autogestionados, como Fabrika —una antigua fábrica textil convertida en hostal, cafetería y punto de encuentro creativo—, dan vida a una vibrante escena alternativa.
El Museo Nacional de Georgia guarda tesoros arqueológicos que hablan de una civilización antigua y refinada. Pero igual de reveladora es una caminata por los callejones de Marjanishvili, donde los carteles de neón en cirílico se mezclan con grafitis en inglés y letreros en georgiano, ese alfabeto en forma de lianas mágicas.
Toda visita a Tiflis debería comenzar —como la historia de la ciudad— en Abanotubani, el barrio de los baños sulfurosos
Tiflis ha sido escenario de revoluciones: desde la revuelta de 1924 contra el dominio soviético, hasta la Revolución de las Rosas en 2003. Esa energía subterránea, de pueblo resiliente y culto, sigue palpitando en las plazas, los bares y los libros.
Más allá del casco antiguo
Los viajeros curiosos no deben limitarse al casco antiguo. Subir en teleférico a la fortaleza de Narikala permite una vista majestuosa del valle. Cerca, la gigantesca estatua de Kartlis Deda —la Madre Georgia— observa la ciudad con una espada en una mano y una copa de vino en la otra: el equilibrio entre la defensa y la hospitalidad.
Al cruzar el Puente de la Paz, una estructura moderna de vidrio y acero, se llega al parque Rike y a la controversial —aunque fotogénica— Casa de Conciertos, con forma de tubo futurista. Allí se siente esa tensión entre lo nuevo y lo antiguo que define la esencia de Tiflis.
Un poco más al norte, la antigua estación de tren Chronicle of Georgia —una monumental escultura brutalista poco conocida por los turistas— ofrece una experiencia casi mística. Sus columnas negras narran la historia de Georgia en relieves gigantescos, como un Stonehenge post-soviético.
Una ciudad que se recuerda como un sueño
Tiflis no busca seducir como París ni deslumbrar como Estambul. Se infiltra lentamente en el corazón del viajero, como una canción antigua que se escucha por primera vez y, sin saber cómo, ya se sabe de memoria.
Tal vez por eso, quienes han pisado sus adoquines, vuelto a oler el azufre de sus baños o escuchado el eco de un polyphonic chant en una iglesia de piedra, saben que no se puede hablar de Tiflis en pasado. Porque, de alguna forma, nunca se termina de salir de ella.
Cómo llegar desde España
Tiflis aún conserva algo de ese encanto secreto que tienen las ciudades no invadidas por el turismo masivo. Desde España, no existen vuelos directos regulares, pero es posible llegar con una sola escala desde ciudades como Madrid, Barcelona o Málaga. Las conexiones más habituales pasan por Estambul (con Turkish Airlines o Pegasus), Viena (Austrian Airlines), Varsovia (LOT) o Doha (Qatar Airways), dependiendo de la temporada. El trayecto completo suele durar entre 7 y 10 horas, escalas incluidas.
Tiflis es una ciudad de artistas. Lo fue bajo el yugo soviético, cuando la disidencia se disfrazaba de teatro o pintura abstracta
El aeropuerto internacional de Tbilisi (TBS) se encuentra a unos 17 km del centro. Desde allí, un taxi o una aplicación como Bolt lleva al viajero directamente al corazón de la ciudad por menos de 15 euros.
No se requiere visado para ciudadanos españoles si la estancia es inferior a un año, lo que convierte a Georgia en una de las puertas más accesibles al Cáucaso.
¿Cuánto tiempo dedicarle a Tiflis?
Aunque muchos viajeros utilizan Tiflis como punto de partida hacia los monasterios, montañas y viñedos del resto del país, la capital merece una atención pausada. Cuatro o cinco días completos permiten descubrir no solo los monumentos principales, sino también perderse sin rumbo, conversar con locales y probar la vida nocturna.
Una posible ruta para una primera visita:
Quienes puedan extender su estancia, encontrarán en los alrededores verdaderas joyas: Mtskheta, la antigua capital espiritual del país (a solo 30 minutos), o la región vinícola de Kakheti, donde el vino se produce en ánforas de barro como hace 8.000 años.