Entre monasterios tallados en la roca, fortalezas junto al mar y tradiciones que han sobrevivido al paso del tiempo, el país invita a un viaje por su alma más auténtica.
Montenegro, encrucijada de civilizaciones y culturas a orillas del mar Adriático, guarda un patrimonio tan diverso como cautivador. Sus paisajes, entre el mar y la montaña, son el escenario de historias centenarias, oficios tradicionales y una gastronomía que refleja siglos de mestizaje mediterráneo y balcánico.
El canto y el baile son también parte esencial de la cultura montenegrina. La danza Kolo es un elemento básico en bodas y celebraciones culturales, donde los bailarines, ataviados con coloridos trajes, se mueven en círculo al son de melodías tanto alegres como melancólicas. El Gusle, un sencillo instrumento de una sola cuerda representa otra tradición musical; su simplicidad realza la voz y sus canciones suelen narrar historias de batallas y victorias.
Este pequeño país —que recuperó su independencia en mayo de 2006— ofrece un mosaico cultural único que invita a explorarlo con todos los sentidos. A continuación, cinco formas de descubrir su lado más cultural y tradicional.
El casco antiguo de Kotor, un tesoro entre murallas
Encajado entre el mar y las montañas, el casco antiguo de Kotor es uno de los conjuntos medievales mejor conservados del Adriático. Su laberinto de calles empedradas, iglesias históricas, plazas ocultas y fachadas de piedra transportan al viajero a la época de la República de Venecia. Las murallas medievales, la catedral de San Trifón —joya del siglo XII—, el Museo Marítimo o la antigua torre del reloj, son solo algunas de las paradas imprescindibles del casco antiguo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El arte ancestral del tejido tradicional
Lejos del bullicio costero, en los pueblos del interior todavía se preserva el arte del tejido de alfombras y tapices, una tradición transmitida de generación en generación. Cada pieza se elabora en telares manuales con motivos geométricos que narran la historia y las creencias locales. En la mezquita de Petnjica puede admirarse la mayor colección de alfombras Bihor de Montenegro e, incluso, observar a las tejedoras hilar la lana.
Otra joya cultural es el encaje de Dobrota, elaborado artesanalmente por mujeres en la ciudad costera homónima. Junto a intrincados hilos, el amor, las esperanzas y los temores de las mujeres que esperan el regreso de su prometido, esposo o padre de una travesía siempre incierta se entretejen en este impresionante encaje. La vida marítima ya no ocupa un lugar tan importante como antaño, pero el arte de elaborar el encaje de Dobrota sigue tan vivo hoy como hace ocho siglos. Tan solo unos centímetros de este delicado encaje pueden requerir hasta cinco horas de trabajo, con un mínimo de 2 horas para la parte de la malla.
Gastronomía montenegrina: un cruce de sabores e influencias
En Montenegro, la gastronomía está profundamente ligada a las tradiciones locales. Un ejemplo es la ciudad de Bar, en la costa sur, donde las aceitunas son sagradas, consideradas como una segunda madre. Con olivares centenarios que aún dan fruto y antiguos molinos en funcionamiento, el cultivo de la aceituna está profundamente arraigado en la identidad local. El Festival de la Aceituna Maslinijada es una excelente oportunidad para descubrir productos derivados: aceitunas verdes y negras, aceitunas marinadas en hierbas, patés, panes, aceites aromatizados, licor de aceituna, jabones y cosméticos.
Fortalezas frente al Adriático
Desde Herceg Novi hasta Ulcinj, el litoral montenegrino está jalonado de antiguas fortalezas que evocan siglos de historia marítima y defensiva. Construidas por venecianos, turcos y austrohúngaros, estas fortificaciones ofrecen algunas de las vistas más espectaculares del Adriático. En Herceg Novi, merece la pena visitar el Forte Mare que data del siglo XIV o la Fortaleza Španjola, que ofrece vistas panorámicas de la ciudad; mientras en Kotor, un complejo sistema de fortificaciones de 4,5 km de longitud construido por bizantinos, eslavos, venecianos y austriacos incluye 1400 escalones.
Las murallas y la ciudadela de Budva, que antaño protegían de piratas y turcos, hoy ofrecen impresionantes vistas del barrio austriaco y del mar. Por su parte, la Ciudadela de Bar, que ofrece una vista impresionante de las ruinas de 260 edificios antiguos, entre los que se incluyen acueductos romanos, baños turcos, mezquitas y torres de reloj. Sin olvidar las murallas de Ulcinj, antaño un bastión pirata, construidas originalmente por los antiguos griegos y posteriormente adaptadas por diversas culturas, convirtiendo a la ciudad en otro ejemplo vivo de la historia multiétnica de Montenegro.
El Monasterio de Ostrog, espiritualidad entre montañas
Se trata de uno de los lugares de peregrinación más importantes de los Balcanes, que se alza majestuosamente sobre un acantilado de piedra en el macizo montañoso de Ostroška greda a 900 metros sobre el nivel del mar. Este monasterio ortodoxo, fundado en el siglo XVII por San Basilio de Ostrog, atrae a visitantes de todas las religiones, ofreciéndoles un espacio para la oración, la meditación y unas vistas impresionantes sobre el valle de Bjelopavlići. Un símbolo de fe, tolerancia y resistencia cultural que representa el corazón espiritual de Montenegro.
La visita inicia en el Monasterio Inferior, construido en la meseta donde solía estar la iglesia del pueblo —que data de 1824— dedicada a la Presentación de la Santísima Madre de Dios. Luego, hay que dirigirse al Monasterio Superior (2,5 km o 40 minutos a pie), donde en 1665 se talló en una cueva una iglesia dedicada a la Santa Cruz, y en la que se guardan los restos de St. Vasilije Ostroški, protector y sanador.