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Alejandro Pelayo presenta La Memoria de la Nieve, su segundo disco en solitario
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Alejandro Pelayo presenta La Memoria de la Nieve, su segundo disco en solitario

jueves 17 de octubre de 2019, 13:22h

Alejandro Pelayo, quizá este nombre no les diga mucho, quizá les suene (nunca mejor dicho) como músico, quizá lo asocien a Leonor Watling, quizá sepan que es la otra mitad de Marlango

Pero quizá no sepan que este hombre tiene vida más allá de Marlango…

Porque Alejandro es compositor, pianista y productor, y nos presenta su segundo disco en solitario, ‘La Memoria de la Nieve’.

En el disco colaboran Suso Sáiz, Vicent Huma, Pablo Pulido y Marta Mulero en el violonchelo.

Estará disponible a partir del próximo 25 de octubre en todas las plataformas digitales y en vinilo.

La Memoria de la Nieve se presentará en directo el próximo 7 denoviembre a las 21.00 en el Café Berlín de Madrid.

El primer disco, en solitario, de Pelayo fue ´La Herida Invisible’, editado en 2017.

ELOGIO A LA FRAGILIDAD

(por Javier Gómez Santander)

La pregunta es muy sencilla: ¿Puede nevar un piano? Yo, cuanto más escucho a Alejandro Pelayo, más pienso que algunos pianos nievan.

Suena "Esperando un milagro" y veo caer los copos. Y los copos hacen lo que hacen siempre los copos en el aire: bailan. Qué ejemplo, caer bailando. Hay que tenerlos cuadrados para tirarse así al vacío. Pero ahí van, uno detrás de otro, sin cuestionarle el orden al pianista. Se lanzan y se expanden por mi salón; rozan las paredes, los libros y los cuadros. Y, finalmente, caen al suelo. Y, en el suelo, viene el milagro que promete la pieza: los copos se deshacen. Es asombroso, pero no queda ni rastro. Descubro que las nevadas de los pianos, cuando terminan, lo dejan todo perdido de silencio.

Y pienso en Alejandro, porque es un músico que huye del ruido. No, perdón. Esto no es exacto. Alejandro es un pianista que sacraliza los silencios. De hecho, busca su música en ellos. Es una especie de peregrino del silencio que pasea por los acantilados de Santander en verano a primera hora de la mañana buscándolos. Ahí está su refugio: en mitad de la nada. Desprovisto de todo, excepto de intemperie. Parece una contradicción que un músico busque el silencio, pero nadie le cuestiona al escritor que empiece con el folio en blanco. No se me ocurre mejor camino para el arte.

Y algo de ese silencio que Alejandro ha explorado, queda. No es casualidad que los copos sean el único fenómeno atmosférico sin ruido. La música puede nevar, llover o granizar. Ésta es de las primeras: atraviesa el silencio sin dejarle cicatrices. Recuerdo dos versos de Bolaño: "No hay cosa más suave más sola/ la nieve cae sobre Gerona". Fragilidad. De eso hablamos.

Memoria y nieve son dos palabras frágiles porque este disco está hecho de fragilidades. Es tan frágil, que aspira a pasar con belleza sin dejar rastro. La apuesta no puede ser más honesta, porque en eso se parecen la memoria y la nieve; las dos están condenadas a deshacerse, pero las dos viven como si no lo supieran. Aceptan su contradicción: la nieve tiene vocación de agua; la memoria, de olvido. La vida, al final, es siempre un camino hacia su propia antítesis.

A mí este disco me conmueve porque explora esos territorios. En la fragilidad están las verdades y en las verdades reside la emoción. Y, aunque estemos hablando de materias que aceptan su desaparición, encontramos aquí la única forma de permanencia. Porque la memoria, mientras dura, es incapaz de desprenderse de aquello que la emociona.

Y, lo que emociona, se celebra.

Por eso, La memoria de la nieve es una gran celebración.

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