En 1980, la Semana Santa de Cuenca obtuvo la Declaración de Interés Turístico Internacional, junto con las de Málaga, Sevilla y Valladolid.
La de Cuenca forma pues parte del grupo de las cuatro primeras representaciones de la Pasión que merecieron en España este reconocimiento, en atención a su historia, tradición, arraigo en las ciudades en las que se desarrollan, interés en materia de investigación y divulgación, contribución a la generación de riqueza, desarrollo y empleo y a la vertebración de la vida de la ciudad a todos los niveles.
El impacto económico de la Semana Santa en Cuenca (ciudad y provincia) la sitúa como el principal evento del año, con casi el 80% de ocupación hotelera durante toda la semana (y picos máximos los días de Jueves Santo y Viernes Santo, por encima del 90%) y el 90% de ocupación en alojamientos rurales. Importante revulsivo para el empleo y para negocios dedicados directa e indirectamente a ella, la Semana de Pasión concentra además una importante inversión público- privada, que muestra el compromiso unánime de la ciudad con su celebración más emblemática y por la que es internacionalmente conocida.
Junto con los sectores hostelero, hotelero y turístico, otros sectores de actividad también experimentan un importante impulso gracias a la Semana Santa. Es el caso del textil, artesano (vidrio, ebanistería, herrería, cerería…), joyería y, de forma más indirecta, el comercial. La Semana Santa y eventos relacionados con ella y/o desarrollados por la Junta de Cofradías y sus hermandades suponen para estos sectores entre un 40 y un 60% de su facturación anual, según datos de la Confederación de Empresarios, Cámara de Comercio y asociaciones sectoriales.
La tradición que une a la ciudad
Treinta y tres hermandades y una Archicofradía. Cuarenta y tres imágenes. Diez procesiones. 30.000 nazarenos. Ocho templos de salida. Veinte calles como escenario pasional. Veinticinco kilos de media por bancero. Veinte horas ininterrumpidas de procesión el Viernes Santo. Dos imagineros fundamentales: Luis Marco Pérez y Federico Coullaut-Valera. Cuarenta y un años desde su Declaración de Interés Turístico Internacional. Seis siglos de historia.
La Semana Santa es, en Cuenca, celebración capital. Columna vertebral en torno a la que gira la vida de sus habitantes, se trata de la cita anual que congrega a más gente en la ciudad – las estimaciones para los últimos años previos a la pandemia hablan de que la población de Cuenca se triplica entre el Jueves Santo y el Domingo de Resurrección – y, también, la que supone un mayor impulso económico. Fuerte reclamo turístico, tanto en la semana de procesiones como en el resto del año – a lo que contribuye especialmente el Museo de Semana Santa –, la Pasión aúna en Cuenca tradición con modernidad, cultura con religiosidad, emoción con fe.
Transmitida de padres a hijos y, en un extraordinario ejercicio de comunión generacional, de hijos a padres, la esencia de la Semana Santa de Cuenca la definen su austeridad y sobriedad, su recogimiento y silencio, una altísima participación – que va en aumento – y esa forma tan propia de destacar el fondo por encima de la forma. El hecho de que las procesiones se sucedan en el orden cronológico establecido en los Evangelios es, también, seña de identidad. Como lo es su carácter familiar y gremial: muchas de las hermandades estuvieron en su origen ligadas a familias históricas de la ciudad, así como a gremios y profesiones concretas. Como lo es que su celebración vaya más allá de las fechas establecidas cada año para dinamizar la vida de la ciudad los 365 días. No en vano la Semana Santa es en Cuenca la tradición que une a la ciudad.
Orígenes
Fechado su origen entre finales del siglo XV y principios del XVI por los investigadores Pedro Miguel Ibáñez y Antonio Pérez Valero, la representación de la Pasión tuvo en Cuenca en sus inicios tres procesiones: una en Jueves Santo (que data del segundo tercio del siglo XVI) y dos en Viernes Santo (la de la madrugada, actual Camino del Calvario, que data del siglo XVII, y la del Santo Entierro, coetánea de la de Jueves Santo, pues comenzó a desfilar en el tercer tercio del siglo XVI, según las investigaciones).
Tres Cabildos históricos organizaban estas primeras procesiones: el de la Vera Cruz, el de San Nicolás de Tolentino y el de Nuestra Señora de la Soledad; Pérez Valero habla también del Cabildo del Santo Sepulcro, contemporáneo del mencionado de Nuestra Señora de la Soledad. A las tres procesiones referidas se sumaría en el siglo XVII – tal y como recogen los estatutos de la Congregación de Esclavos de Nuestra Señora de las Mercedes (1696) y publica Pérez Valero en sus investigaciones para la actual hermandad del Resucitado – la procesión de la mañana de la Resurrección, de la que sin embargo no se tienen más datos.
Pese a tratarse del germen de lo que es la Semana Santa de Cuenca actual, lo cierto es que las procesiones conquenses eran entonces muy diferentes a como son en la actualidad. Antonio Pérez Valero explicaba en una conferencia en 2016, con motivo del IV Centenario del desfile de Camino del Calvario, que los cortejos se componían por los llamados hermanos de luz y hermanos de sangre (es decir, disciplinantes), los capuces – prenda característica de la uniformidad nazarena – se llevaban desarmados (e incluso se tuvo que desfilar sin capuz entre el siglo XVIII y finales del XIX, por mandato real) y el acompañamiento musical era interpretado por capillas de cantores en lugar de por formaciones musicales instrumentales como las actuales bandas de música.
Primera mitad del siglo XX
Si bien la ciudad de Cuenca es escenario de procesiones de Semana Santa desde hace seis siglos, no es menos cierto que la representación de la Pasión en Cuenca tal y como la conocemos hoy en día tiene un “origen” mucho más cercano: las décadas de los 40 y 50 del siglo XX. Este periodo supuso para los conquenses la reconstrucción de su Semana Santa tras la contienda civil, en la que se perdió prácticamente todo el patrimonio procesional; fueron los años de la fundación – en los 60 – de la institución de la Junta de Cofradías y los que situaron el nombre del escultor e imaginero conquense Marco Pérez en el mapa nazareno nacional por mérito propio. A él, y a todas las personas que trabajaron desinteresadamente y sin descanso por la recuperación de la Pasión debe hoy Cuenca su Semana Santa. Debe hoy la Semana Santa de Cuenca lo que es.
Antes de la reconstrucción, es interesante recordar que hasta el año 1901 Cuenca tuvo únicamente cuatro procesiones de Semana Santa (cinco si tenemos en cuenta la del domingo de Resurrección, de la que apenas existe documentación): la de Jueves Santo, la de la madrugada del Viernes Santo, la del Cristo de los Espejos a mediodía y la del Santo Entierro, también del Viernes Santo. No más de una decena de tallas componían hasta ese año el patrimonio procesional de la ciudad. El inicio del siglo XX vio el nacimiento de la procesión de En el Calvario (1902), de la que es precursora la mencionada del Cristo de los Espejos, así como la instauración de la procesión del Silencio (1905) en el Miércoles Santo. En 1909 se celebra la primera procesión del Domingo de Ramos, aunque muy diferente a la que conocemos hoy y todavía sin el paso de la Borriquilla, que no saldrá por primera vez hasta 1952.
A finales de los años 20 se tiene noticia de las primeras procesiones del Sábado Santo en Cuenca, desfile de desarrollo intermitente y desigual, perdido definitivamente en los años 60 hasta su reciente recuperación en 2018, a través de la creación de la V. H. de Ntra. Sra. de los Dolores y las Santas Marías (2017). Pero volvamos al relato cronológico. No será hasta los años 50 del siglo XX que se incorporarán nuevas procesiones a la representación de la Pasión en la ciudad, en concreto con la fundación de la procesión del Perdón para el Martes Santo en 1951 y con la primera salida de la procesión del Domingo de Resurrección un año más tarde. También en esta época se intenta reactivar el desfile del Domingo de Ramos, según investigaciones de Julián Recuenco sobre los dos domingos, intentos que sin embargo no se consolidarían hasta los años 70.
Segunda mitad del siglo XX
Tendrían que pasar 20 años hasta que la Semana Santa de Cuenca recibiera el impulso necesario para las que hoy son las procesiones de sus dos domingos. Así y tal y como recoge Julián Recuenco en la historia de la Hermandad, en 1973 se funda la V. H. de Ntro. Padre Jesús entrando en Jerusalén, organizadora de la procesión del Hosanna el Domingo de Ramos. También en 1973 se funda la V. H. de Ntro. Señor Jesucristo Resucitado y Ntra. Sra. del Amparo, cuyas primeras constituciones aprobó el entonces obispo de Cuenca, monseñor Guerra Campos, en 1987, tal y como recoge Pérez Valero.
En la década de los 90 del siglo XX, la Semana Santa de Cuenca se estructuraba en ocho procesiones, que contaban de Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección la Pasión, Muerte y Resurreción de Jesús de forma cronológica según los Evangelios. En 1996 sale a la calle por primera vez la procesión penitencial de las Siete Palabras, con el Santisimo Cristo de la Vera Cruz y organizada por la hermandad homónima, fundada un año antes. Creada para el Lunes Santo – que hasta esa fecha carecía de procesión en la ciudad – se trata del único desfile ajeno a la cronología evangélica de la Pasión conquense; recupera la antigua tradición del Sermón de las Siete Palabras y es de una solemnidad sobrecogedora.
La Semana Santa de Cuenca, hoy
Tras la incorporación de la procesión del Lunes Santo a los desfiles, tendrán que pasar 21 años hasta que la Semana Santa de Cuenca cubra el único hueco que le quedaba, con la procesión – y hermandad – de más reciente creación y las únicas fundadas en el siglo XXI. Hablamos, claro está, de la procesión del Duelo del Sábado Santo, que recupera la tradición procesional del Sábado de Gloria en la ciudad y que une la oscuridad de la Muerte del Señor con la luz de la Vigilia Pascual y la Resurrección, la celebración más importante para los cristianos. La cronología quedaba así completa. Ocho días, diez procesiones y un sentimiento que se mantiene indeleble en el ADN de los conquenses seis siglos después de sus primeras manifestaciones.
Cuenca, Patrimonio de la Humanidad
Dicen quienes han visitado Cuenca en Semana Santa que la orografía de esta ciudad, declarada en 1996 Patrimonio de la Humanidad, parece pensada para su celebración más internacional.
De la Plaza Mayor a la de la Hispanidad, de San Pedro a San Esteban, las calles que componen el recorrido procesional dotan a la representación conquense de la Pasión de un carácter propio y diferente, llaman al esfuerzo a los banceros y ponen a prueba la resistencia de portainsignias y hermanos de tulipa.
Curvas, cuestas, recovecos y plazuelas contribuyen, tanto en la parte vieja como en la zona nueva y junto con la particular luz del Casco Antiguo, a dibujar una plasticidad en sus desfiles procesionales que no tiene parangón. La geografía de la Pasión está en Cuenca hecha de contrastes. Destacan, por lo angosto, puntos como las calles de San Pedro y Alfonso VIII en su tramo más cercano a la Plaza Mayor, la del Peso y la de Los Tintes que desfila paralela al Huécar. Contrastan, por lo amplio, Carretería y Calderón de la Barca, Andrés de Cabrera a la altura de San Felipe Neri, el remanso que es la Puerta de Valencia en la que la calle brevemente se abre antes de volver a estrecharse y la propia plaza de la Catedral, estampa sin duda digna de admirar. Resaltan, por lo sinuoso, las curvas de la Audiencia punteadas de capuces y tulipas en cortejo sin final.
Si tenemos además en cuenta que el recorrido procesional está jalonado, directa e indirectamente, por iglesias y edificios históricos de gran valor artístico y patrimonial como la Casa del Corregidor, el Palacio de los Girón y Cañizares convertido en Museo de Semana Santa o el Hospital de Santiago, comprendemos por qué el marco en que se desarrolla la Pasión de Cuenca es imposible de igualar.