Volver al pueblo, disfrutar de lo local, de largos paseos matutinos y de noches estrelladas. Esto es lo que ofrece la Quinta San Francisco en sus veranos castellanos.
En plena ola de calor, cuando en muchas ciudades el termómetro no baja de los 25 °C, en Castrojeriz, un pintoresco pueblo burgalés en pleno Camino de Santiago— las noches invitan a dormir con la ventana abierta. El aire es fresco, el silencio es real y las estrellas se dejan ver sin prisa.
La Quinta San Francisco, un hotel boutique ubicado en un antiguo convento franciscano del siglo XIV, ha sabido recuperar el espíritu de la vida pausada. Aquí, el descanso no es un simple servicio, es una experiencia completa que empieza al amanecer, con largos paseos entre campos dorados, y continúa con un desayuno que celebra los sabores locales, desde el pan de obrador hasta las mermeladas artesanas.
El día se disfruta sin prisa; leer bajo la sombra de un árbol en su jardín, recorrer en bicicleta los senderos del entorno, relajarse en su espacio wellness o descubrir la arquitectura y el patrimonio histórico de Castrojeriz, un enclave que conserva la esencia del Camino de Santiago. Al caer la noche, el cielo se llena de estrellas y el aire fresco hace innecesario cualquier ventilador o aire acondicionado.
La propuesta gastronómica del hotel completa la experiencia, apostando por productos de proximidad y recetas que combinan tradición y toques creativos. Las cenas en su terraza ajardinada, con la brisa nocturna como aliada, se convierten en momentos para recordar.
En la Quinta San Francisco, el verano no se mide en grados, sino en momentos: el sonido de las campanas a lo lejos, el aroma de la hierba recién cortada, las conversaciones que se alargan sin mirar el reloj. Un refugio para desconectar, recargar energía y descubrir que aún existen lugares donde la vida se vive despacio.