Durante el atardecer del sábado 2 de agosto y hasta la noche del domingo 3, más de 100.000 fieles judíos se congregaron en el Muro Occidental de Jerusalén para conmemorar Tisha B’Av, la jornada más solemne del calendario hebreo. Considerado el principal día de ayuno y duelo del judaísmo rabínico, Tisha B’Av recuerda dos de las tragedias más profundas en la historia del pueblo judío: la destrucción del Primer Templo de Jerusalén, construido por el rey Salomón, y la del Segundo Templo, ambos ocurridos en la misma fecha del calendario hebreo —el 9 del mes de Av.
Desde la caída del sol del sábado, los asistentes se sumergieron en una atmósfera de recogimiento y oración. En la explanada frente al Muro, también conocido como el Kotel, se leyeron las tradicionales Lamentaciones (Meguilat Eijá), un texto bíblico que expresa el dolor por la pérdida de Jerusalén, acompañado por la recitación de kinot, elegías litúrgicas cargadas de nostalgia y devoción.
A lo largo de las 25 horas del ayuno, la plaza del Muro se convirtió en un testimonio vivo de la memoria colectiva del pueblo judío. Personas de todas las edades —entre ellas líderes religiosos, rabinos, estudiantes de yeshivá y familias enteras— se unieron en un mismo clamor de duelo, pero también de fe y esperanza. El lamento por la destrucción del Templo se entrelazó con plegarias por la unidad del pueblo de Israel, la seguridad de los soldados de las Fuerzas de Defensa y el regreso de los secuestrados.
Concluido el ayuno, la escena cambió de tono sin perder solemnidad. Voluntarios distribuyeron kits con bebidas y alimentos ligeros para ayudar a los asistentes a romper el ayuno, en un gesto de cuidado colectivo que reflejaba el espíritu de comunidad.
La noche posterior a Tisha B’Av, la emoción se transformó en esperanza. Miles de personas regresaron al Muro Occidental para participar en la ceremonia del Kidush Levaná, la bendición que se recita cada mes en honor a la luna nueva. Este rito, cargado de simbolismo, representa la renovación espiritual y la promesa de redención. Los cánticos, acompañados por palmas alzadas hacia el cielo, elevaron el tono de la noche: del lamento a la esperanza, del recuerdo al renacer.
Así, Tisha B’Av no solo es un día de duelo, sino también una reafirmación de la identidad judía, de la resistencia espiritual y de la eterna conexión con Jerusalén. Año tras año, en la misma fecha, miles de voces se funden en un mismo susurro ancestral: "El año que viene, en Jerusalén reconstruida".