A veces vamos al teatro sin saber del todo qué esperamos, pero con esa intuición —esa punzada leve en el estómago— de que algo puede removernos por dentro.
INOUT VIAJES pudo asistir y eso nos pasó el jueves, al cruzar las puertas del Teatro Nuevo Apolo para el estreno de Los Miserables en su nueva versión en español.
Desde el principio vimos que estábamos entrando en un espacio que requería más que solo atención: quería emoción, paciencia, entrega.
Y aunque el teatro tiene un tamaño que se queda algo pequeño para una obra con la envergadura de Los Miserables, esa limitación terminó jugando a favor.
El escenario compacto, la proximidad con los intérpretes, la luz tan medida… Todo nos colocó muy cerca de la historia, casi dentro de ella. A ratos no sentía que estaba viendo una producción, sino compartiendo el aire con Valjean, con Fantine, con todos ellos.
Lo que más puede sorprender es la fuerza emocional. Conocemos bien la historia —como tantos— y aun así hubo momentos en que los que parecía como si fuera la primera vez.
La sobriedad de la escenografía, la madera oscura, los claroscuros, las sombras, esos fantasmas… todo parecía contar algo más allá de lo visible. Y las voces, cargadas de intención, hacían que incluso los silencios dolieran.
El reparto estuvo espléndido. Había una honestidad rara en sus miradas, un cansancio verdadero en los cuerpos, una humanidad que traspasaba las canciones. A veces, en los musicales, uno admira más la técnica que la emoción, pero aquí fue al revés: la emoción llegó primero. Y nos sorprendió quedarnos callado después de ciertos números, como si se necesitara un segundo para volver a respirar.
Eso sí: debemos admitir algo importante. La duración —casi tres horas— se siente.
Para alguien que no sea aficionado al género, o que no conecte especialmente con Los Miserables como obra de Víctor Hugo, puede resultar pesada. Hay momentos densos, transiciones largas, una intensidad dramática que no afloja casi nunca.
No es un musical ligero ni pretende serlo, y conviene ir preparado para eso.
Pero a pesar de esos posibles reparos, salimos con la sensación de haber asistido a algo que merecía la pena. Pudimos escuchar comentarios emocionados en los pasillos, incluso gente que iba por curiosidad y salió tocada. Algo tiene esta historia —o esta versión— que sigue moviendo fibras profundas.
Por nuestra parte, salimos a la fría noche madrileña con un nudo en el pecho, pero también con esa extraña gratitud que solo deja el buen teatro. Con sus limitaciones, con su duración, con su intensidad, sí, pero también con una verdad que se queda dentro.
Y creemos que, al final, eso es lo que buscamos cuando se sienta en la butaca de un teatro: que algo nos acompañe después.
NOTAS AL MARGEN
Los Miserables es, y siempre será, una historia sobre la dignidad y la lucha, sobre lo difícil que es ser justo en un mundo que no lo es, sobre cómo la bondad puede ser un acto radical.
Pero esta versión en el Apolo tiene algo más: una crudeza limpia, una humanidad más desnuda, menos ornamentada, más cercana.
Tal vez la palabra no sea “espectáculo”, sino encuentro.
Un encuentro con un clásico que ha aprendido a mirarnos como somos ahora.
El regreso de Los Miserables a Madrid en 2025 es más que un revival: es una reafirmación del teatro musical como un arte vivo, capaz de adaptarse, emocionar y mantenerse relevante. Esta nueva producción en el Teatro Nuevo Apolo demuestra que una obra clásica puede reinventarse sin perder su esencia.
Si te gusta el teatro intenso, emocional, comprometido; si te conmueven las historias de injusticia, lucha, redención; si valoras la calidad actoral y la sensibilidad escénica… merece muchísimo la pena ver esta versión de Los Miserables.
Crítica de la producción
Lo mejor:
El montaje actual logra un equilibrio notable entre respeto por la obra original y modernización estética. La escenografía apuesta por la sugerencia más que por la figuración histórica: no se pretende reproducir literalmente la vieja París, sino transmitir su espíritu con luces, sombras, madera, cuerpos, silencio.
El reparto es muy sólido: el protagonista (Adrián Salzedo en el papel de Jean Valjean) ofrece una actuación adulta, intensa, que combina fuerza y vulnerabilidad.
El resto del elenco también destaca: el inspector Javert (Pitu Manubens) aporta gravedad y tensión, la Fantine (Teresa Ferrer) emociona con su fragilidad resistente; en papeles jóvenes como Marius o Éponine hay energía y verdad; incluso los personajes con tintes más oscuros o cómicos (como los Thénardier) muestran talento, equilibrio y sensibilidad.
La técnica escénica —iluminación, transiciones, ritmo, uso del espacio— es sobresaliente. Las luces logran marcar estados de ánimo y subrayar momentos clave con gran sutileza, desde la desesperanza hasta la esperanza o la rebelión.
El resultado conjunto es un espectáculo global convincente: un musical intenso, emocional, con alma, que emociona, conmueve y envuelve.
Posibles reservas / aspectos a considerar:
Como se ha comentado, adaptar una producción de la envergadura de Les Miserables al tamaño de un teatro como el Apolo ha implicado “una inversión desproporcionada” y ciertos ajustes escénicos.
La ambición del montaje exige mucho al espectador: emocionalmente, la intensidad puede resultar abrumadora; la mezcla de tragedia, injusticia, esperanza, lucha social y redención no es ligera. Esto puede no ser ideal para todos los públicos, sobre todo si buscan entretenimiento ligero.
En definitiva: esta versión de Los Miserables es una de las mejores que se pueden ver hoy en España —un musical con mayúsculas, hecho con respeto, inteligencia y corazón.